THE MUSHROOM HUNTER by María Encarnación Carrillo

domingo, 31 de agosto de 2014

JEFFREY EUGENIDES: "Las vírgenes suicidas" (Anagrama, 2007)




“La mañana en que a la última hija de los Lisbon le tocó el turno de suicidarse –esta vez fue Mary y con somníferos, como Therese-, los dos sanitarios llegaron a su casa sabiendo exactamente dónde estaba el cajón de los cuchillos y el horno de gas y dónde la viga del sótano en la que podía atarse una cuerda. A nosotros nos pareció que, como siempre, salían demasiado lentamente de la ambulancia, mientras el gordo decía en voz baja:
-          Que no es la tele, tíos, aquí no hay que correr.”
(Párrafo inicial de la obra)

El despertar a la vida, al deseo y a la sexualidad de las protagonistas de las Vírgenes Suicidas (Anagrama: 2007) de Jeffrey Eugenides (Detroit, 1960) las llevarán a un callejón sin salida donde tropezarán de manera irremediable con la moralidad de la educación recibida por una madre estricta, por la presencia casi invisible del padre y por la vida estereotipada de la clase media norteamericana. En menos de un año y medio, las cinco hermanas, adolescentes de trece y diecisiete años, se suicidarán.
Las hermanas Lisbon, observadas desde lejos por un grupo de jóvenes adolescentes atraídos por ellas, configuran para los chicos un enigma al que se enfrentan en su adolescencia  y al que vuelven en la edad adulta, en un intento de buscar la explicación a la fatídica tragedia a la que llegaron las cinco.
El suicidio, el terrible final de cada una de ellas, aparece quizás de manera metafórica, como la única manera de acallar y aniquilar el deseo que habita en su despertar a la vida adolescente.  Como si no estuvieran preparadas para el estallido sexual que deviene en la juventud, y para el que no han sido educadas.
En su viaje hacia la vida adulta, las chicas deciden no traspasar esa frontera; quedando para siempre en una eterna adolescencia, lugar mítico al que vuelven como adultos, los chicos que en su día estaban atraídos por ellas y por el enigma que encerraban.
Una historia terrible que se suaviza por la narración en primera persona de los chicos, los narradores que observan todo desde fuera, con distancia, asombrados por los sucesos.
Este libro me gusta mucho porque los conflictos ahondan en el territorio mítico del paso de la niñez a la vida adulta. Momento crucial en la vida de las personas, y que puede llegar a ser terrible para muchos. Por un lado, el dolor, la pérdida de la niña que se fue; y por otro, la entrada en el mundo de los mayores, con sus responsabilidades y frustraciones.
También destaco la reflexión que se puede llegar a hacer de los efectos de una educación alienante, que pretende convertir a las personas en estereotipos, representantes de un tipo de sociedad y creencias determinadas, una educación que puede llegar a aniquilar la subjetividad del individuo. En este caso, educar a unas adolescentes para que encajen en el estereotipo de mujer que representa la madre, prepararlas para reproducir el tipo de familia en la que han crecido, en un barrio determinado y en una ciudad determinada; con el objetivo de que todo encaje en la maquinaria social. Pero en este caso, no fue así y el fracaso de esa educación y de esa forma de vivir estalla ante los ojos de todos tras el suicidio de las hermanas.
En las culturas antiguas, en los ritos de transición a la vida adulta, los jovenes tienen que morir de forma simbólica para renacer como adulto. En la historia, las hermanas Libon mueren literalmente imposibilitando así su crecimiento, su madurez; atrapadas para siempre en el País de Nunca Jamás, quizás porque al modelo de mujer al que debían renacer estaba muerto de antemano.
También destacar la magnífica adaptación cinematográfica de Sofía Coppola  (Nueva York, 1971) estrenada en 1999, con una cuidada estética preciosista, en la que queda exaltado el universo femenino de las jóvenes, frente al ambiente gris que reina en el hogar. Y una cuidada selección de melodías en su banda sonora la convierten en el  complemento perfecto a la obra literaria.



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