De la
relectura de Cartas a un joven poeta de Reiner María Rilke (Praga, 1975-Suiza, 1926), encuentro párrafos subrayados, frases y palabras que me han
acompañado en su esencia, de forma más o menos intuitiva desde que comencé a
escribir, siendo muy niña como escritora de cartas y diarios.
Más tarde,
cuando tomé conciencia de mi necesidad de escribir, y de fluir literariamente
montada en el barco de las palabras, busqué aquellos autores que me ayudaban en el proceso creativo, generoso y
sincero, que descubrían su alma en su obra, y cuyas emociones alimentaban la mía.
Entre ellos Rilke, sin duda.
Recuerdo
aquel verano caluroso, el dormitorio en casa de mis padres con aquel ventilador
chirriante, mi sillón de lectura y el descubrimiento de este pequeño libro.
Quería escribir y sus sabias palabras me alentaban a hacerlo. Traigo aquí
algunas de los párrafos que subrayé entonces, pequeños tesoros que me ayudaron
a seguir adelante:
“Usted
pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó
a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con
otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus
ensayos poéticos. Pues bien ya que me permite darle consejo- he de rogarle que
renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo
que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie…No hay
más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el
móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo
más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y
reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir.
Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: ¿Debo yo escribir? Vaya cavando y
ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted
puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un Sí debo, firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad,
erija el edificio de su vida.”
“La mañana en que a la última hija de los Lisbon le tocó el turno de
suicidarse –esta vez fue Mary y con somníferos, como Therese-, los dos
sanitarios llegaron a su casa sabiendo exactamente dónde estaba el cajón de los
cuchillos y el horno de gas y dónde la viga del sótano en la que podía atarse
una cuerda. A nosotros nos pareció que, como siempre, salían demasiado
lentamente de la ambulancia, mientras el gordo decía en voz baja:
-Que no es
la tele, tíos, aquí no hay que correr.”
(Párrafo inicial de la
obra)
El despertar a la vida, al deseo
y a la sexualidad de las protagonistas de las Vírgenes Suicidas (Anagrama: 2007) de Jeffrey Eugenides (Detroit,
1960) las llevarán a un callejón sin salida donde tropezarán de manera
irremediable con la moralidad de la educación recibida por una madre estricta, por
la presencia casi invisible del padre y por la vida estereotipada de la clase
media norteamericana. En menos de un año y medio, las cinco hermanas,
adolescentes de trece y diecisiete años, se suicidarán.
Las hermanas Lisbon, observadas
desde lejos por un grupo de jóvenes adolescentes atraídos por ellas, configuran
para los chicos un enigma al que se enfrentan en su adolescencia y al que vuelven en la edad adulta, en un
intento de buscar la explicación a la fatídica tragedia a la que llegaron las
cinco.
El suicidio, el terrible final de
cada una de ellas, aparece quizás de manera metafórica, como la única manera de
acallar y aniquilar el deseo que habita en su despertar a la vida
adolescente. Como si no estuvieran
preparadas para el estallido sexual que deviene en la juventud, y para el que
no han sido educadas.
En su viaje hacia la vida adulta,
las chicas deciden no traspasar esa frontera; quedando para siempre en una
eterna adolescencia, lugar mítico al que vuelven como adultos, los chicos que
en su día estaban atraídos por ellas y por el enigma que encerraban.
Una historia terrible que se
suaviza por la narración en primera persona de los chicos, los narradores que
observan todo desde fuera, con distancia, asombrados por los sucesos.
Este libro me gusta mucho porque los
conflictos ahondan en el territorio mítico del paso de la niñez a la vida
adulta. Momento crucial en la vida de las personas, y que puede llegar a ser
terrible para muchos. Por un lado, el dolor, la pérdida de la niña que se fue;
y por otro, la entrada en el mundo de los mayores, con sus responsabilidades y frustraciones.
También destaco la reflexión que
se puede llegar a hacer de los efectos de una educación alienante, que pretende
convertir a las personas en estereotipos, representantes de un tipo de sociedad
y creencias determinadas, una educación que puede llegar a aniquilar la
subjetividad del individuo. En este caso, educar a unas adolescentes para que
encajen en el estereotipo de mujer que representa la madre, prepararlas para
reproducir el tipo de familia en la que han crecido, en un barrio determinado y
en una ciudad determinada; con el objetivo de que todo encaje en la maquinaria
social. Pero en este caso, no fue así y el fracaso de esa educación y de esa
forma de vivir estalla ante los ojos de todos tras el suicidio de las hermanas.
En las culturas antiguas, en los ritos de transición a la vida adulta, los jovenes tienen que morir de forma simbólica para renacer como adulto. En la historia, las hermanas Libon mueren literalmente imposibilitando así su crecimiento, su madurez; atrapadas para siempre en el País de Nunca Jamás, quizás porque al modelo de mujer al que debían renacer estaba muerto de antemano.
También destacar la magnífica
adaptación cinematográfica de Sofía Coppola
(Nueva York, 1971) estrenada en 1999, con una cuidada estética
preciosista, en la que queda exaltado el universo femenino de las jóvenes,
frente al ambiente gris que reina en el hogar. Y una cuidada selección de
melodías en su banda sonora la convierten en el
complemento perfecto a la obra literaria.
Después de leer las tres novelas de Wendy Guerra (La Habana, 1970), me ha enamorado su escritura lírica y dinámica, su variedad de frases, y sus historias fragmentadas y elípticas; recursos que le confieren a la narración el ritmo adecuado, como si un son cubano, lejano y omnipresente, te acompañara en la
lectura.
En sus textos encontramos protagonistas cubanas que luchan por recobrar una subjetividad anulada
en aras de la colectividad impuesta, y que nos llevan a través de las páginas de lo
que puedo considerar "Una Trilogía de Cuba": Todos se van (Bruguera: 2006), Nunca fui primera dama (Bruguera: 2008)
y Negra (Anagrama: 2013).
Exilios a Miami o a Europa, llevan a sus
personajes a la renuncia de su tierra y familiares para siempre, tierra a la que desearían volver, pero en la que no pueden vivir, pues son anulados como seres
únicos. Cuba aparece como el país donde la prohibición es habitual: lecturas, películas, pensamientos, pasaportes...y donde los delatores; los juicios
públicos injustos; los cortes de agua y luz; la imposibilidad, a veces, de mantener sexo en la intimidad; o la escasez de víveres, hacen del vivir una difícil misión. El grupo siempre está, como un ente
que absorbe al individuo y que lo engulle.
Las protagonistas comparten historias de orfandad, padres o madres exiliados, a los que buscan en un intento por encontrarse asímismas, y narrar una historia familiar completa que las explique como personas.
La enfermedad en la vejez, la desmemoria, la demencia, el alzheimer, es el final al que algunos de los protagonistas llegan, un símbolo, una solución posible para los que ya no
pueden más y prefieren renunciar a sus recuerdos, a sus pensamientos, a lo que
fueron; perdidos para siempre en el conglomerado cubano donde lo prerrevolucionario ha sido borrado de la memoria colectiva.
Y como escenario Cuba, La Habana, el mar, sus casas, sus viejos edificios, el lugar del que los protagonistas quieren huir y quieren volver, el lugar donde están sus raíces. Cuba sí, Cuba no; eterno dilema de las personas que se buscan entre la multitud que la habita.
Wendy Guerra, poeta, escritora, diplomada en Dirección de
Cine, Radio y Televisión , cuyos libros no han podido ser publicados en Cuba, tiene obra poética publicada España como Ropa interior (Bruguera: 2008), autora
de Posar desnuda en la Habana (Alfaguara: 2011) basado en el pasado cubano de
Anaïs Nin y en su diarios de aquella época, y es autora del blog Habáname: http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/habaname/ .
Elena Poniatowska recibió, al nacer, el título deprincesa Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor, con descendencia polaca y nacida en París en 1932, premio Principe de Asturias de las Letras 2013, describe en su obra Leonora, la autobiografía de una de las más grandes pintoras y escritoras del movimiento surrealista: Leonora Carrington. Una artista de origen aristocrático e inglés, de caracter fuerte que decidió vivir su vida de acuerdo a su pulsión artística, sacrificando la vida para la que fue criada.
Me ha gustado el libro porque ahonda en la vida de la artista, y nos muestra su mundo interior, el motor de su fuerza creativa. De la mano de Elena, transitamos por la vida de Leonora viviendo su pasión por Max Ernst, su caída en la locura como consecuencia en parte de la soledad, la segunda guerra mundial y la persecución de Max por ser judío, y su traumático paso por un manicomio en España, hasta que finalmente se exilia a México, donde vivió toda su vida posterior y se desarrolló como artista.
También es destacable, la descripción de los ambientes artísticos de vanguardia en aquellos años entre los que nos encontramos con Breton, Duchamp, Dalí, Picasso, Dora Maar, la fotografa Lee Miller, Éluard, Jean Cocteau... y su posicionamiento como artista surrealista donde no había muchas mujeres conocidas: Eileen Agar, la noruega Elsa Thorensen, la española Remedios Varo o la alemana Meret Oppenheim.
Con Remedios Varo, entabló una gran amistad en el exilio mejicano, quedando profundamente consternada tras su muerte. En Méjico también fueron numerosos los artistas con los que se relacionó: Buñuel, Frida Khalo, Diego Rivera...Y también se manifiestan las fuentes de las que Leonora bebe y alimenta su obra: Jung, la Alquimia, el mundo de los animales, Alicia en el Pais de las Maravillas de Carroll...Ayudan a conformar y entender el universo que nos muestra en sus cuadros.
Destacar también la obra escrita de Leonora, sus cuentos, y en especial Memorias de Abajo, un relato que narra su dramática experiencia en un manicomio español, su tratamiento con Cardiazol que la humilló, denigró y castró. Una obra de unas cien páginas que escribió de un tirón, que le sirvió como terapia para sacar todo lo que tuvo que tragar en aquel lugar, de algún modo y como explica en el libro Pniatowska "un regalo para el psicoanálisis y la filosofía".
“Éramos unos niños” ("Just Kids") es un libro autobiográfico escrito por Patti Smith (1946) acerca de sus inicios
como artista y cantante y su relación paralela con el artista y fotógrafo
Robert Mapplethorpe (1946-1989) durante los años 70 y 80.
Patricia Lee
"Patti" Smith es una cantante y poetisa estadounidense que saltó
a la fama durante el movimiento punk con su álbum debut “Horses”, fue apodada
como “la madrina del punk” y aportó un punto de vista feminista e intelectual a
la música punk-rock, fusionándola con poesía estilo “beat generation” con la
que se sentía identificada y poesía francesa del siglo XIX, pues era admiradora
ferviente de poetas como Rimbaud o Genet.
(Patti cantando “Horses”)
Y Robert
Mapplethorpe era un artista estadounidense que se hizo célebre por sus
fotografías en blanco y negro de gran formato flores y desnudos, cuyo contenido
sexual hizo que a menudo los calificaran su trabajo de “pornografía” y que
murió de forma prematura de sida.
(Mapplethorpe por
Sofía Coppola)
La relación de ambos
empezó cuando se trasladaron a Nueva York, cuando aún no habían cumplido los
veinte años, con el objetivo de desarrollarse como artistas y ganarse la vida a
través del mundo del arte. Tuvieron una relación sentimental de juventud, que dio
paso a una relación de amistad muy estrecha hasta la muerte del fotógrafo.
A lo largo del
libro, la ciudad de Nueva York es omnipresente, en sus calles numeradas, en sus
locales de moda frecuentados por artistas, como La Factory o su mítico Hotel Chelsea.
Los artistas con los que Patti y Robert tuvieron la ocasión de compartir
momentos son innumerables: Diane Arbus, Andy Warhol, Bob Dylan, William Borroughs,
y tantos otros que no tuvieron tanta suerte y que no se hicieron famosos o
murieron víctimas de las drogas, el suicidio o el sida.
Me ha gustado
especialmente la obra en el sentido que descubre, el proceso de trasformación
en artistas de dos jóvenes que tan solo “eran unos niños”, como dice Patti.
Pero que no hicieron concesiones. Desarrollarse como artistas o nada. No había
alternativa para ellos. Y lo consiguieron, a pesar del haber tenido que
subsistir en sus inicios de forma precaria como haber dado un niño en adopción
en el caso de Patti por no poder ocuparse de él, tener que dormir en parques,
en lugares insalubres o recurrir a la prostitución en el caso de Robert. Hasta
tal punto que ya en el lecho de muerte de Robert, ambos se preguntaban si había
merecido la pena:
“No había nadie más
que su enfermera, que nos dejó solos. Me acerqué a su cama y le cogí la mano.
Nos quedamos mucho rato así, sin decir nada. De pronto, Robert alzó la vista y
dijo: <Patti, ¿nos la ha jugado el arte?>... Aparté la mirada, sin querer
pensar en ello. <No lo sé, Robert. No lo sé.>
Muy interesante
seguir el hilo de las fuentes artísticas que nutrían la obra de ambos, un
sinfín de referentes: la generación beat, la poesía francesa del XIX, la
fotografía victoriana, la religión católica, el surrealismo, la alquimia…
También es llamativo
la religiosidad de Patti, desde el punto de vista de una ciudadana española
debido a la tradición en este país de relacionar lo progre, lo moderno, lo revolucionario y la
cultura con la ausencia de religiosidad y en ocasiones de espiritualidad. Y que
sin embargo, no está reñido con la crítica hacia el sentido de culpa al que
remite el cristianismo con su canción “Gloria” en la que encontramos los siguientes
versos: “Jesus died for somebody sins but not mine”:
En la imagen podemos ver una foto de Patti
saludando al Papa Francisco cuando fue elegido, tras rezar una hora por él:
Para finalizar, os
dejo la canción que Patti escribió para Robert cuando murió:
Speak to me
Speak to me heart
I feel a needing
to bridge the clouds
Softly go
A way I wish to know
A way I wish to know
Oh you'll ride
Surely dance
In a ring
Backwards and forwards
Those who seek
feel the glow
A glow we will all know
A glow we will all know
On that day
Filled with grace
And the heart's communion
Steps we take
Steps we trace
Into the light of reunion
Paths that cross
will cross again
Paths that cross
will cross again
Speak to me
Speak to me shadow
I spin from the wheel
nothing at all
Save the need
the need to weave
A silk of souls
that whisper whisper
A silk of souls
that whispers to me
Speak to me heart
all things renew
hearts will mend
round the bend
Paths that cross
cross again
Paths that cross
will cross again
Rise up hold the reins
We'll meet again I don't know when
Hold tight bye bye
Paths that cross
will cross again
Paths that cross
Will cross again