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Magnífica lección de escritura, ligereza, fluidez, lirismo y dolor; inmensa...
Me ha impactado esta obra de prosa poética, retazos de narraciones líricas que se concatenan; fragmentos de diario que Francisco Umbral comienza a escribir sin conocer la enfermedad de su hijo, y sin adivinar el terrible final que le aguarda. Su hijo fallece en julio de 1974 con cinco años y Umbral acaba su libro en diciembre de ese año. Un libro en el que el autor se cuestiona la existencia y la razones de la escritura, de su existencia, de su escritura, cuando se entrecruza con la terrible realidad que le tocará vivir y de la que da cuenta.
Increíble relato, lleno de amor y poesía, y muerte, escrito con pinceladas expresionistas, y que él mismo persigue, y que transcribo literalmente en la magistral explicación que nos da:
"...Luego comprende uno que basta con dar un olor o un color. Al lector le basta. Al lector le sirve esto mucho más. Dice Baroja de una calle que era larga y olía a pan. Ya está. Un largo olor a pan. Para qué más. El arte descriptivo, minucioso, es pueril y pesado. El arte expresivo, expresionista, aísla rasgos y gana, no sólo en economía, sino en eficacia, porque arte es reducir las cosas a uno solo de sus rasgos, enriquecer el universo empobreciéndole, quitarle precisión para otorgarle sugerencia."
Los temas que trata van surgiendo y los va exprimiendo hasta llevarlos a la nada, al sin sentido, al absurdo, el absurdo de la vida y que todo lo habita; los sueños, el pelo, el rostro, el antropoide, las manos, la calavera, las uñas, las camas, el sexo, las pensiones, los ojos, el olfato, el verano, una naranja, escribir, la ciudad, las ninfas, la mujer, el metro, el pintor, el escritor...y el hijo, su hijo, la enfermedad, las cosas que los rodean, una lámpara nueva, la silla de ruedas, la clínica, la mecedora donde dormía a su hijo...las palabras le surgen a borbotones como un caudal de dolor implacable y poético.
Ante una obra de estas dimensiones, no hay más que decir, tan solo dar testimonio de las palabras del autor. Umbral finaliza esta joya literaria con la imagen lírica de la mecedora en la que dormía a su hijo:
"...La paz era viajar en una mecedora cabalgado por un niño que habla dormido. En el vaivén de la mecedora se va trazando una vida, un fracaso, una resignación, una distancia, un miedo, una soledad, una cobardía, un amor. Qué manera tan dulce e insospechada de renunciar. Ea, mi niño, ea. La mecedora está hecha para renunciar, para empequeñecer el mundo y empequeñecerse reduciéndolo todo al viaje breve y reiterado de atrás adelante, de adelante atrás. La mecedora es un mueble para renunciar.
Ea, mi niño, ea. un dulce y mágico mueble. Un hipnótico e insospechado mueble. Qué nos lo iba a decir, cuando compramos la mecedora. La abnegación viene llena de dulzura y el niño, una vez dormido, da todo su perfume. Habrán sido unos minutos de viaje y huida. Toda la imposible gratitud de la vida -ea, mi niño, ea- en la voz clara, indescifrable y balanceada."
Una lectura emocionante. Aunque hace ya muchos años, todavía agradezco a quien me lo recomendó que tuviera ese acierto.
ResponderEliminarNo es frecuente encontrar literatura tan sincera ni sinceridad tan literaria. ¡Magnífico!
Gracias, he tardado en contestar...un saludo
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