El escritor Bernardo Atxaga publicó su obra Obabakoak en 1988, una novela deliciosa escrita en euskera originariamente, con la que ganó el Premio Nacional de Literatura, el Premio de la Crítica y el Premio de Euskadi entre los más importantes. Y fue en 2005, cuando Montxo Armendáriz estrenó su película titulada Obaba basada en esta obra, también muy aclamada, y que por cierto aun no he visto.
Se puede decir que Obabakoak está dividido en tres libros, que podrían funcionar por separado pero que están íntimamente relacionados: Infancias, Nueve palabras en honor del pueblo de Villamediana. y En busca de la última palabra. Y en ellos podemos descubrir un sinfín de historias que versan de una u otra manera sobre el pueblo de Obaba, un lugar que ha quedado en mi memoria como un espacio mítico en el que habitan los cuentos.
Tras su lectura, el pueblo de Obaba representa de alguna manera para mi, el reino de la literatura, de esas historias y relatos que cada uno de nosotros atesoramos desde niños, que hemos vivido, escuchado y leído, y que conforman nuestra tradición literaria personal.
Y en Obaba transcurre también el último capítulo: En busca de la última palabra. Una pequeña joya que nos habla del valor de las historias, y que nos hace conmovedoras reflexiones sobre el hecho literario.
En este capítulo final, un relato largo, que podría entenderse también como una novela corta; dos amigos, aficionados a la escritura, dialogan acerca del secreto que encierra un buen cuento. Su conversación transcurre, en parte, durante el viaje en coche hacia Obaba para encontrarse con el tío de uno de ellos, el tío de Montevideo. Allí seguirán con sus diálogos mientras disfrutan de una comida literaria que el tío ha preparado. Y a su vez, ellos mismos serán protagonistas de otras historias que les van sucediendo a lo largo del capítulo, historias que pareciendo ficción en un primer momento acaban convirtiéndose en realidad, para pesadilla del protagonista.
Quiero compartir desde aquí, alguna de las reflexiones que sobre literatura y escritura se hacen, en torno a la calidad literaria de autores como Chejov, Waugh o Maupassant, así como el secreto que encierra un buen cuento:
“La clave no está en inventar una historia-concluyó mi amigo. Historias hay de sobra. La clave está en la mirada del autor, en su manera de ver las cosas. Si es realmente bueno, tomará como material su propia experiencia, y captará en ellas algo que sea esencial. Si es malo, nunca traspasará la frontera de lo meramente anecdótico. Por eso son buenos los cuentos que hoy hemos recordado. Porque expresan cosas esenciales, y no simples anécdotas.”
Y esto me ha hecho recordar mis lecturas, y me ha hecho pensar en esas obras que me han gustado y esas otras que he abandonado, dejándolas a medio. Y pienso que quizás sea porque las primeras me han hablado de cosas esenciales como la muerte o el amor, y las últimas se han quedado, tan solo, en simples anécdotas. Unas me han acercado a la vida y otras me han alejado de ella.
Es justo el libro que leo ahora. Estoy perdido en medio de la selva amazónica, junto al río Unine, con los ashaninka. Cuando vuelva, te digo algo
ResponderEliminarQue coincidencia Leandro, espero que te guste.
ResponderEliminarCuando lo termines ya me cuentas.
Un abrazo.
Después de leer tu comentario sobre este libro, estoy deseando leerlo. Muchas gracias por esta invitación a la lectura que es tu blog.
ResponderEliminarBSS
Isabel
Gracias Isabel por pasarte por aqui y leer estas cosas que se me ocurren.
ResponderEliminarUn besote